Adiós, Gonzalo, adiós
Pues te has ido. Así, de pronto. Aunque ya lo habías anunciado tantas veces en estos últimos años. Cuánto sufrimiento ha tenido que invadirte y desbordarte para llevarte a la decisión de consecuencias extremas, a cruzar la línea de no retorno, a sellar tu último acto. Se cierra el telón. Se apaga una vida.
Héroe de tu propia tragedia, que como todos los héroes acaba muriendo a manos de su destino. En el aire enrarecido tras tu ausencia, resuenan ecos de lejanas voces milenarias. Antiguos sabios , padres de la Filosofía, a quienes emulaste ejerciendo tu voluntad, tu última y sagrada voluntad.
Extraña es la noche que sigue a tu muerte. En el dolor de los que te velamos y te acompañamos hasta el lugar de tu eterno descanso, se imprimía con fuerza el recuerdo de tu figura, como un tatuaje de vida fugaz, impregnándolo todo por momentos.
Tú encontraste la respuesta y a los que nos quedamos nos dejas, en cambio, un montón de preguntas. ¿Qué hacer con esta tristeza?, ¿qué hacer con esta desolación? , ¿qué hacer con la culpa, que siempre devora nuestros corazones sin piedad?, ¿qué podíamos haber hecho para hacerte cambiar de parecer?, ¿cómo podríamos haber cambiado el curso de esta historia?, ¿ era este el punto, al que de todos modos, conducían tus caminos?
Nunca lo sabremos, aunque inventemos miles de construcciones con nuestro pensamiento. Efímeras arquitecturas de imágenes mentales que se derrumbarán como un castillo de naipes. Será una parte de ese todo que es el misterio de la muerte. De tu muerte, Gonzalo.
Cuánto dolor, que como un metal pesado se deposita en el alma. Habrá que aprender a vivir respirando en esta nueva atmósfera, densa y plúmbea. Habrá que aprender a moverse entre este éter viscoso que es el vacío que dejas. Habrá que acostumbrarse al eterno rumor de tu recuerdo, que será como el zumbido de una abeja, cerca de nuestras sienes.
Hasta que un día, quizás, respiremos más ligero; nos movamos más livianos; el sol derrita el hielo de nuestra amargura y entonces, sólo entonces, tu recuerdo será reconfortante y cálido. Ya no traerá un desgarro de dolor. Será como un abrazo.
Adiós, Gonzalo, adiós.
Patricia Blanco del Valle
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